Date: Thu, 13 Sep 2001 13:52:58 GMT
From: hassan_sabbah@maktoob.com (hassan sabbah)

 
 

                       WILLIAM PFAFF

            Tres lecciones para Estados Unidos
 
 
Lo primero que hay que decir sobre los ataques del martes contra Nueva York y Washington es que han demostrado la vulnerabilidad de Estados Unidos, como la de cualquier sociedad moderna, ante un ataque decidido y preparado inteligentemente.

Las autoridades militares, y los organismos analíticos, uniformados y civiles, dependientes del establecimiento de defensa de Estados Unidos, llevan décadas formulando hipótesis especulativas sobre un ataque contra la nación, pero su trabajo se ha visto dominado por la mentalidad de alta tecnología del Pentágono y por el carácter técnico de la sociedad estadounidense.

La planificación siempre ha adolecido de la suposición de los planificadores de que el enemigo atacará de una forma simétrica a las defensas ya desplegadas o que tenían previsto desplegar.

De esta forma concentraban su especulación y planificación sobre el peligro de un ataque con armas de destrucción masiva, probablemente utilizando métodos más o menos de alta tecnología. El debate se ha centrado prácticamente por completo en los ataques de misiles, en armas nucleares y en agentes químicos y biológicos.

Los planificadores de la defensa no estaban interesados en aviones comerciales díscolos. La primer! a lección real -que no se aprendió- nos llegó hace aproximadamente 60 años, poco antes del final de la II Guerra Mundial, cuando un bombardero estadounidense mediano, perdido entre la niebla, se estrelló contra el Empire State Building de Nueva York, que en aquel momento era el rascacielos más alto del país.

La lección: no hacen falta métodos exóticos y alta tecnología para producir resultados devastadores. Esta lección fue validada el martes. Basta con estrellar tres aviones antiguos contra objetivos vulnerables para hacer cundir el pánico entre las masas, paralizar a la mayor parte del Gobierno y obligar a la evacuación de los centros de Washington, Nueva York y de otras ciudades importantes.

Una segunda lección: las consecuencias políticas y psicológicas de un acontecimiento de esta magnitud no se miden básicamente por la cantidad de víctimas, sino por lo inesperado y el dramatismo del ataque. Mientras el ataque siga siendo anónimo, el miedo y el pánico se intensifican.

El efecto buscado consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo, y la continua vulnerabilidad de los que podrían ser objetivo la  próxima vez. Y también demostrar que las defensas de alta tecnología, de esas de las que Estados Unidos tanto se enorgullece, pueden ser burladas utilizando métodos sencillos. Se pretende demostrar que no existe ninguna defensa real contra un ataque anónimo que hace uso del funcionamiento ordinario de una sociedad civil.

Este tipo de ataque es posible siempre que vuelen aviones civiles, siempre que circulen trenes, siempre que funcionen los sistemas de energía y de servicio público, siempre que la gente vaya a trabajar y siempre que las empresas y los mercados prosigan su actividad. Todas estas circunstancias pueden ser pervertidas, intervenidas o explotadas de forma que lesionan a sus usuarios y a la sociedad en general.

Ni siquiera un Estado de seguridad totalitaria puede resolver esto, aunque suprima las libertades civiles básicas. Es extremadamente importante que comprendamos esto, porque habrá dos reacciones naturales ante lo que ha ocurrido, ambas esencialmente inútiles.

En primer lugar, habrá constantes llamamientos a la venganza contra los responsables, dando por hecho que al final se identificará a los autores o que ellos mismos se identificarán.

La inutilidad práctica de la venganza ha quedado ilustrada en repetidas ocasiones, y se sigue demostrando en Oriente Próximo, ya que quienes emplean el terrorismo no funcionan según una escala pragmática de castigo y recompensa. Como saben los israelíes, hacer mártires a tus enemigos sólo sirve para fomentar más martirios.

La segunda reacción será que Estados Unidos necesita unas defensas aún más elaboradas de las que existen ahora. Con todo, el Pentágono, la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad y el resto del aparato estadounidense de seguridad nacional fue incapaz de evitar los ataques del martes. Son incapaces de evitar una repetición en alguna otra versión.

No existe ningún tipo de defensa tecnológica como tal frente a este tipo de situaciones. A buen seguro, aunque sea lo único que se saque en limpio de los ataques del martes, éstos deberían haber demostrado a los estadounidenses la improcedencia de la defensa nacional de misiles.

Hay medidas ordinarias de seguridad que se pueden adoptar o mejorar, pero la naturaleza de los ataques montados partiendo de las funciones regulares de una sociedad significa que no existe ninguna defensa completa ni concluyente. Esto ha quedado demostrado por toda la historia del terrorismo en los siglos XIX y XX.

La lección final y más ! profunda de estos acontecimientos es la que resultará más dura de aceptar a un gobierno, y a este Gobierno en particular. La única defensa verdadera contra un ataque externo es un esfuerzo serio, continuado y valiente por encontrar soluciones políticas a los conflictos nacionales e ideológicos que afecten a Estados Unidos.

La conclusión inmediata que prácticamente todo el mundo ha extraído sobre el origen de estos ataques es que proceden de la lucha entre israelíes y palestinos. Es razonable pensar que así sea, aunque no haya todavía ninguna prueba.

Durante más de 30 años, Estados Unidos se ha negado a hacer un esfuerzo auténticamente imparcial para encontrar una solución a ese conflicto. Se ha implicado en Oriente Próximo de mil maneras, pero jamás ha aceptado la responsabilidad de tratar imparcialmente con ambos bandos, encerrados en su agonía compartida y en su tragedia mutua.

Si fueran ciertas las actuales especulaciones sobre estos bombardeos, a Estados Unidos le habrá tocado su parte de esa tragedia de Oriente Próximo.
 
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