Subject: RV: opinions sobre EEUU
Date: Fri, 21 Sep 2001 18:06:58 +0200
 

Un mundo contra las cuerdas

El ataque y la destrucción de centros financieros y militares norteamericanos es una locura que muestra gráficamente el gigantesco manicomio en que vivimos. El autor ve necesario valorar los hechos y tratar de entender lo que ha sucedido y por qué ha sucedido. Este artículo da algunas respuestas.

Iosu Perales

Es verdad que desde hace cincuenta años el mundo no había vivido una crisis de las actuales dimensiones. Pero ello tiene mucho o todo que ver con el hecho de que el atacado ha sido la primera potencia del planeta. Otros enormes mataderos han pasado y pasan con mucha menor atención de los medios de comunicación, sin que los gabinetes de crisis se reúnan, ni la OTAN se ponga en pie de guerra. Recuerdo con emoción el bombardeo inmisericorde de la ciudad de Panamá que se cobró 7.000 muertos. Occidente dijo comprender que EEUU arrasara una ciudad para apresar a un hombre que anteriormente había sido su aliado y agente de la CIA (Noriega); extraña proporción entre fines y medios.

A finales de 1989 la mayor parte de la población estadounidense miro con insólita complacencia por sus televisores una especie de fiesta de luces y explosiones sobre barrios pobres e indefensos. Era la Guerra del Golfo. Otra vez Estados Unidos probó sus nuevas tecnologías militares y aupó la popularidad de su presidente por el método de matar y matar a decenas de miles de inocentes iraquíes. La tesis de la Casa Blanca era realmente diabólica: cuanta más bombardeada sea la población de Irak, mayores posibilidades hay de que se rebele contra el tirano Sadam Hussein. Qué decir del drama palestino. No se puede provocar la desesperación de colectivos tan amplios como el pueblo palestino o el mundo árabe sin esperar alguna respuesta.

No se trata de justificar los atentados de Nueva York y Washington. Actos macroterroristas en los que han muerto miles de inocentes. Nadie que desee un mundo regido por la justicia y el derecho internacional puede pensar que lo ocurrido tiene algo de positivo, ni política ni éticamente. Los muertos no merecían esa muerte. Pero es que, además, estos atentados abren un nuevo ciclo militarista y de histeria por la seguridad, que amenaza con desembocar en una globalización policíaca contraria a las libertades. Chomsky tiene razón cuando afirma que los atentados son un obsequio para la extrema derecha patriotera de EEUU. Pero si no hay justificación, sí hay explicaciones. Debemos ntender el por qué de lo sucedido.

«¿Por qué nos odian tanto?»

Las explicaciones nos remiten a un hecho extendido por todo el planeta que debería hacer pensar a la sociedad estadounidense. ¿Por qué el sentimiento anti-norteamericano? Una mujer decía estos días ante una cámara de televisión: «¿Por qué nos odian tanto?» Parece evidente que esta mujer, al igual que millones de sus compatriotas no ven nada malo en la política exterior de su gobierno de turno que, invariablemente, se comporta de manera imperial. La enfermedad de la sociedad norteamericana es creerse dueña del mundo sin saber nada del mismo.

Este pueblo que se considera a sí mismo depositario de la libertad clama ahora venganza militar contra los culpables. Al margen de que no se sabe, todavía, quiénes deben ser bombardeados, ese deseo vengativo -tan humano por otra parte- retrata bien el carácter notablemente salvaje y violento de un pueblo que en ciertos aspectos revive en las películas de conquista del Oeste. A este pueblo se viene dirigiendo estos días el presidente Bush con un discurso tan elemental, infantil, como peligroso: «Esta es la lucha del Bien contra el Mal», repite alguien que debería racionalizar la respuesta. ¿No es esto hacer fundamentalismo? Medios de comunicación de Occidente, gobiernos e intelectuales, y por supuesto el Gobierno de Estados Unidos reiteran que el integrismo árabe ha dado muchas muestras de su vocación destructiva. ¿No es, sin embargo, esta dialéctica simplista del Bien y del Mal una forma de generación de odio? Los pueblos que se creen elegidos terminan rezando en los parques públicos al tiempo que exigen más sangre para saciar sus bajas pasiones. Esto está ocurriendo hoy en Estados Unidos.

Hace tiempo que pienso que la sociedad norteamericana está enferma. Aplaude las penas de muerte y pide que sean televisadas. Como en tiempos atrás, mientras leen la Biblia llenan los árboles de ahorcados.

Es terrible. El Bien contra el Mal es el centro del discurso de Bush. Pero ¿quién es el Mal? Parece que el mundo árabe en general y los islámicos en particular. ¡Qué gran noticia para la concepción sionista de Israel! La barbarie continuada de Sharon, el genocidio del pueblo palestino se basa en esta creencia fanática que anula la condición humana de los árabes; pueden y deben ser destruidos sin remisión.

Alegría y castigo

Los matices explican a veces asuntos de fondo que la generalidad no puede explicar. Me fijo en esos niños y adultos que han sido emitidos por televisión gritando de alegría y agitando banderas en Cisjordania y Gaza -ha surgido la denuncia de que se trata de imágenes rescatadas con motivo de la invasión de Kuwait, con intención intoxicadora-. Pero ¿aunque fueran verdaderas? Si lo fueran, ¿cómo interpretar la escena? Es la escena de los desesperados de la tierra alegrándose por lo que nadie debería hacerlo. Es la reacción emocional, espontánea, de quien apenas tiene espacio para la racionalidad, viviendo como viven bajo el terror israelí.

Los palestinos saben bien que Estados Unidos tiene los medios para imponer una paz justa, pero que hace injustamente lo contrario. La obscena irresponsabilidad de George Bush ante los crímenes contra la humanidad cometidos por el Gobierno de Israel, ¿cómo no va a generar odios antinorteamericanos entre las víctimas? ¿A quién puede extrañar que esos niños manifiesten alegría, ajenos de las consecuencias que pueden tener para sus propia vidas esos atentados en el corazón del imperio? En cambio, esa reacción de buena parte de la opinión pública norteamericana señalando a los palestinos como culpables, poniendo como prueba esas imágenes de televisión -muy probablemente manipuladas-, es una barbaridad. Pero no son reacciones de igual magnitud, no pueden ser comprendidas de igual modo, como si respondieran a los mismos derechos. El derecho de los niños desesperados me parece superior a la visceralidad que los señala como blanco para una respuesta militar.

La inocencia, sí, tiene grados distintos. Los trabajadores, conserjes, secretarias, bomberos, ejecutivos, asesinados en las Torres Gemelas son víctimas que nunca dirigieron la política exterior norteamericana y su terrorismo militar. Eran gentes inocentes. Pero sin duda menos inocentes que los millones de niños que mueren cada año víctimas del hambre.

Al fin y al cabo la ciudadanía norteamericana nunca se ha rebelado contra sus gobiernos intervencionistas; y tampoco lo han hecho para pedir cambios en las políticas económicas que desde la Casa Blanca y también desde las Torres Gemelas sentencian a millones de personas a la muerte por indigencia. Sé, que este ejercicio crítico puede ser tachado por los simplistas del blanco y negro como de demagogia. No lo es. Es sólo la verdad, que nos muestra un mundo lleno de grises y se rebela contra el pensamiento reduccionista que por mor del rechazo a los terribles atentados se niega a ver la realidad norteamericana. Pero no por ser menos crítico se es más firme en el rechazo. Al contrario, la no-crítica sólo conduce a ser finalmente complaciente con nuevas acciones guerreras de EEUU y la continuidad de las injusticias.

Todo es incertidumbre

¿Qué va pasar? Es la gran pregunta. En mi opinión Estados Unidos desatará una guerra para vengar su humillación -no exactamente a sus muertos-, que se cobrará una multitud de nuevos muertos inocentes. Lo hará aun cuando no tenga plena seguridad respecto de quiénes han sido los autores. Con pruebas o sin ellas el integrista Bin Laden proporciona el retrato robot suficiente para organizar un castigo ejemplar contra Afganistán. Al enemigo invisible urge ponerle rostro por razones de Estado. Por cierto, son bastantes los analistas que señalan la hipótesis de una autoría con ramificaciones norteamericanas, no lo sé; pero me temo que en cualquier caso no convendría ni al Gobierno ni a la sociedad estadounidense reconocer semejante hecho.
No pueden bombardearse a sí mismos.

Una intervención militar norteamericana es ya una crónica anunciada. ¿Después qué? ¿Hasta dónde se agrandará la brecha con Oriente? ¿Qué formas xenófobas adquirirá el odio contra el mundo árabe? ¿Será que millones de ojos nos espiarán en nombre de las libertades y de la democracia? A mí me huelen muy mal los discursos impropios de dirigentes mundiales que apelan a la civilización y a la democracia atacadas, sobre todo por la ideología que se desprende del uso y abuso de estos conceptos. Otra vez la civilización se liga a Occidente; de nuevo el Islam es la otra cara de la civilización, lo satánico. Pero es que, además, afirmar que las Torres Gemelas -centro financiero por excelencia- representaban la libertad, cuando sólo era un centro de operaciones del neoliberalismo causante de millones de muertos por hambre y epidemias, parece un ejercicio de cinismo. Tampoco puede señalarse a Estados Unidos como corazón y reserva de las libertades del mundo. El Pensamiento Unico amenaza con fortalecerse, desplegándose ahora hacia el aplauso de una escala armamentista. El manicomio toma un rumbo abyecto.

La docilidad europea

Es lamentable ver a Europa, más exactamente a sus gobiernos, diciendo amén a la locura de una guerra del Bien contra el Mal. Su apoyo incondicional a George Bush es tan errático como confundir la condena de los atentados con la complacencia con las respuestas indeseables. ¿Dónde queda la racionalidad europea? ¿Dónde el derecho internacional que sido uno de los pilares europeos frente a la concepción hobbesiana pura y dura de la razón de la fuerza? La firma del artículo 5º que moviliza a la OTAN es, en primer lugar jurídicamente insostenible, pues sólo legitima para repeler un ataque, no para protagonizar otra agresión, y políticamente una bajada de pantalones ante la amenaza norteamericana de recluirse en el aislacionismo y abandonar la alianza. Otra vez Europa pierde la oportunidad de caminar hacia su propio sistema de defensa comunitario.

Es necesario un nuevo rumbo

Lo ocurrido en Estados Unidos es un mal que debería convertirse en oportunidad positiva para corregir la conducción del mundo actual. Mientras dos terceras partes de la humanidad vivan en la pobreza, viendo como aumenta la brecha con el mundo rico; mientras el hambre sea la asignatura pendiente de un mundo que se cree dominador del curso de la historia; mientras haya pueblos a los que se niegan sus derechos; ¿cómo se puede pensar que habrá paz, seguridad, convivencia? Un pueblo, como el palestino, cercado, aplastado, embargado, bombardeado, confiscado, que está llamando a la puerta del derecho internacional. Si ese derecho -que tiene concreción en las resoluciones de Naciones Unidas como la 242- no se cumple porque Israel y Estados Unidos prefieren la violencia ¿qué camino quedará en el futuro a los desesperados?

Debe hacerse un esfuerzo en favor de la concordia y los derechos de los pueblos; en favor de la justicia internacional y de la negociación; en favor de la paz y de la palabra. La seguridad mundial no puede basarse en tecnologías militares y la guerra, sino en procesos políticos y en una redistribución de la riqueza. *

Iosu Perales es escritor y miembro de la ONGD Hirugarren Mundua ta Bakea