Existen, creo, varios niveles de lectura
en esta obra.
El primero apunta hacia el juego de la
impostura, de la suplantación. Una impostura que se materializa
en dos niveles bien diferenciados: el de la caracterización de un
mismo personaje que representa varios papeles -sujeto y autor simultáneo
de la obra- y el de la falsificación de las fotografías de
prensa. El grado de complejidad pasa de la simple representación
de personajes tipo -una escritora, una madre con su hijo, una pobre
callejera, una mujer abatida por las balas- a una fotografía
real (la del saludo al rey, pues el real apretón de manos es
cierto aunque nunca haya sido publicado en la prensa) para llegar, finalmente,
a un doble engaño: una de las falsificaciones es falsa; es
decir, en una de las fotografías no es la autora la que aparece
en la imagen. El juego encontrará su momento álgido en esa
alusión directa a su referente -Cindy Sherman- y en su posterior
y definitivo engaño: la imagen que recrea una conocida fotografía
de la Sherman no es propiamente una fotografía, es "el resultado"
de la manipulación de una imagen videográfica retocada por
ordenador.
En segundo lugar, cuestiona la credibilidad de los mass media -en este caso la fotografía de prensa- como presuntos difusores de realidad y cuestiona, de paso, la relación de la imagen con el texto escrito. ¿Es el pie de foto el que determina la veracidad de una imagen?
Finalmente, pero no por ello menos importante, queda suspendida en el aire esa terrible constatación sobre el incierto -no por falso, sino por inseguro- panorama actual -no de la prensa, sino real- que nos muestra a diario la descarnada situación de unos "personajes" que escenifican ante nosotros su vida sin conseguir conmovernos, sin provocarnos el más leve pestañeo, sin que seamos "verdaderamente" conscientes de su condición de realidad. "Qué comprensible resulta el desencanto de una época siempre incapaz de vivir y de imaginar lo vivido, a la que ni siquiera su propia ruina estremece, que no siente la expiación, como tampoco sintió sus actos, y que, sin embargo, posee el suficiente instinto de conservación como para taparse los oídos ante el fonógrafo de sus melodías heroicas, y suficiente espíritu de sacrificio como para, llegado el caso, volver a entonarlas".
De esa COMEDIA inicial, de la representación intencionadamente lúdica y lúcida, donde el humor es el plato ácido del día pasamos a esa otra de los mass media -aceptada y encubierta por todos- para llegar, en el último acto, al soslayado e impúdico drama de una realidad demasiado cotidiana.
"Este drama, cuya extensión equivaldría
a más o menos diez veladas según la medición humana
del tiempo, ha sido ideado para su puesta en escena en un teatro del planeta
Marte. El público de este mundo no sería capaz de soportarlo.
Pues es sangre de su sangre, y el contenido es el de todos estos años
irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, inaccesibles
para la memoria y sólo conservados en algún sueño
sangriento, los años en que unos personajes de opereta vinieron
a interpretar la tragedia de la humanidad".
Karl Krauss, Los últimos días de la humanidad, 1922.