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"Las imágenes de CO+MEDIA
no pretenden producir un efecto inmediato sobre el espectador. En la mayoría
de los casos se trata de imágenes perfectamente verosímiles,
y sólo cuando el referente es muy concreto (el rostro de dolor de
Mónica Seles en Hamburgo, tras ser apuñalada al borde de
la pista) provoca perplejidad y pone sobre aviso de la naturaleza mediática
del conocimiento del mundo. Sólo porque existe una imagen anterior
establecida por los medios de comunicación se puede afirmar que
la chica anónima que aparece en la página del rotativo no
es Mónica Seles. La situación cambiará radicalmente
en el caso de personas de las que no existe constancia mediática,
¿quien se atrevería a afirmar que el rostro que aparece en
la página de crítica de libros no es el de la escritora Mercedes
Soriano, de quién no poseemos más que unas pocas imágenes
anteriores que no hemos retenido en la memoria? ¿Y cúal será
el margen de duda ante aquellas imágenes en las que aparecen personas
desconocidas que representan ideas generales, como en las antiguas alegorías
escultóricas (la pobreza, los desastres de la guerra, la drogadicción
o la defensa de la vida)?
Walter Lippmann llegó a la conclusión
en su obra clásica Public Opinion, editada en Nueva York
en 1922, de que el hombre moderno no actúa en función de
lo que cree que realmente sucede o ha sucedido, sino sobre lo que imagina
a partir de las representaciones que le proporciona la prensa y los medios
de comunicación. Estos significados e interpretaciones, lo que se
ha llamado después de Lippmann "la opinión pública",
tienen poco que ver, generalmente, con la realidad y, en cambio, tal y
como apuntan M. L. de Fleur y S. J. Ball-Rokeach en Teorías de
la comunicación de masas, tienden a reflejar la naturaleza de
la industria de la comunicación capitalista. Estas características
se imponen al código ético del capitalismo, que subraya el
hecho de ser objetivo, claro, completo y basado en hechos.
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A Laura Baigorri le interesa menos la naturaleza
de la imagen periodística, que coincide con los atributos que tradicionalmente
se han asignado a la fotografía (objetividad, claridad, capacidad
de represntar los hechos). Como si la construcción del sentido correspondiera
a un momento posterior a una época en que las imágenes objetivas
eran captadas por una cámara "inocente". Sin embargo, la objetividad,
el verismo, no es más que una de las formas de acceder al sentido
(del mismo modo que una escritura barroca y connotativa no sucede históricamente
a una escritura sintética y denotativa, el realismo no es anterior
a lo fantástico, ni la fotografía documental es el
paso previo a la fotografía construida: el lenguaje nace en toda
su complejidad y con todos sus recursos).
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La autora descarta, en cambio, los aspectos
políticos que se desprenden de la teoría de Lippmann. Se
interesa más por la realidad de lo que aparece reproducido mediáticamente
(o por su apariencia de realidad) que por su significación. A pesar
de que la autoridad de los medios es relativa, es sólo uno de los
aspectos que intervienen en la comunicación. El receptor no es inocente
y reacciona con un gesto de escepticismo ante las consignas, de manera
menos manifiesta si se trata de aspectos concretos del noticiario, que
si se refiere a la globalidad de la información y a los medios como
un todo. Del mismo modo, la incredulidad afecta menos a cuestiones específicas
de un ideario político o de un programa, que a la política
en sí.
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"No hay lucha por el poder, sólo
hay verdades, reza el dogma fundamental de la política y
de la prensa, convertido en máxima radiante de nuestra adhesión
a lo que se presenta como un bien general. Un enunciado opuesto al que
sostiene el filósofo Allan Bloom, autor de El cierre de la mente
moderna y uno de los críticos destacados de la llamada Corrección
Política: no hay verdades, sólo lucha por el poder.
Y entre estas dos interpretaciones contrapuestas, la toma de posición
de Jean-Luc Godard: un travelling es una cuestión de ideología.
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El mundo de las imágenes se debate
en la renovación de su código ético. La obsesión
por la claridad y por los hechos, la desconfianza ante la posibilidad de
crear involuntariamente sentido (a través de un movimiento de cámara
inconsciente que acentúe un determinado efecto dramático),
conduce a la transparencia del medio y tiende a equiparar los medios de
comunicación de la democracia con los mecanismos de televigilancia
en directo, con la cámara fija, que no añade ningún
significado a las escenas que se desarrollan ante ella. Imágenes
judiciales, pruebas de registro, imágenes quintaesenciadas por la
indiferencia.
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Más que la denuncia por la manipulación
de la realidad, deberíamos preguntarnos por el sentido de las imágenes
que suplantan la realidad y sobre la capacidad real de producir imágenes
desprovistas de ideología. La imagen sintética,
creada con
independencia del mundo exterior (con la neutralidad que se atribuye a
la tecnología), la imagen de la televigilancia, que paraliza la
realidad. Si la imparcialidad es imposible, será preferible abandonar
nuestro lugar tras el objetivo fotográfico o videográfico
para que sean las máquinas las que capten las imágenes.
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Hay una idea de Guy Debord que resume
con bastante exactitud la situación actual: Lo falso forma
el gusto, y sostiene lo falso, haciéndo desaparecer, a sabiendas,
la posibilidad de referencia a lo auténtico. Me parece que
el trabajo de Laura Baigorri, bajo la apariencia de la denuncia de la sociedad
del espectáculo, explicita esa imposibilidad de referirse a lo verdadero
que apuntaba Debord. Aunque el propósito de su autora se dirige,
en principio, a una denuncia de los medios de comunicación en tanto
que "constructores de sentido", el sentido que construyen las imágenes
de Laura Baigorri no es otro que el que pretende poner en evidencia. Pienso
en aquellas imágenes de guerra y de pobreza que remiten a la moral
"sentimentalo-mediática" de la que habla Gilles Lipovetsky en El
crepúsculo del deber, la moral del sentimiento, la única
compatible con el desarrollo de las costumbres individualistas.
Hay una denuncia. Esa denuncia se expresa en el mismo lenguaje que se está
denunciando".
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Julià
Guillamon, fragmento del artículo "Fe de errores", editado en el
catálogo FotoPres'94, Fundació "La Caixa", Barcelona, 1994.